jueves, 2 de junio de 2011

Coleridge

Samuel Taylor Coleridge
Es un poeta, crítico y filósofo inglés que nació en Ottery St Mary el 21 de Octubre de 1772 y murió el 25 de julio de 1834 en Londres. Coleridge estudió en el Jesus College de Cambridge y cuando abandonó Cambridge aún no se había doctorado y se unió al poeta Robert Southey con la idea de fundar en Pennsylvania una sociedad basada en las ideas de William Godwin.
En 1796 se casó pero el matrimonio fue un fracaso. Por otro lado, Robert también se casó y se fue a Portugal pero Coleridge se quedó en Inglaterra donde, al año siguiente, publicó Poemas misceláneos.
El año anterior conoció a William Wordsworth, poeta con el que escribió Baladas líricas en 1798. En otoño de este año, ambos emprendieron un viaje a Europa continental pero Coleridge prefirió seguir solo y se quedó la mayor parte del tiempo en Alemania.
Durante ese tiempo se empezó a sentir identificado con Immanuel Kant y estudió alemán por lo que tradujo al inglés la trilogía dramática Wallenstein del poeta Fiedrich von Schiller.
En 1800 regresó a Inglaterra y después de poco tiempo se instaló con su familia y amigos en el distrito de los Lagos. 4 años más tarde se fue a Malta donde fue secretario del gobernador.
En 1816 se instaló en la residencia del médico James Gillman, que era admirador suyo. Allí escribió su principal obra en prosa, Biographia Literaria (1817) y también se publicaron Hojas sibilinas (1817), Ayudas para la reflexión(1825), e Iglesia y Estado(1830).

Poema:


 El recuerdo

...El heno removido y los primeros frutos,
el heno removido y las mieses de un campo
dicen: se fue el estío. La digital, muy alta,
esparce campanillas de púrpura en el viento,
o cuando se remonta, rozándola, una alondra
o se posa un pinzón en su tallo. El rosal
(en vano predilecto de amores complacidos)
yérguese al modo de una belleza de otros tiempos,
con las espinas, pero se fueron ya las rosas.
Ni logro hallar, en mi paseo solitario,
junto a fuentes o arroyos o en húmedo camino,
la flor azul que brilla, mirando, en la ribera
y es gema de esperanza: el dulce nomeolvides.
Mas no han de marchitarse las flores que Emelina,
con dedos delicados, en la nevada seda
trazó ( bien sabe ella que son mis predilectas),
ni, más querido aún, su cabello de ámbar.











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